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Y tú, ¿de quién eres, del DEBO o del DESEO?

Y tú, ¿de quién eres, del DEBO o del DESEO?



Creo que estamos en una época donde el conflicto o la alineación del DEBO con el DESEO son, más que nunca, claves para nuestra salud mental. Tras pasar una pandemia, me ha hecho reflexionar sobre estos dos conceptos.

Pienso que el DESEO nos lleva de alguna manera a sentirnos libres. El DEBO, sin embargo, nos aterriza, nos encarcela. Pero a la vez, considero que ambos son necesarios para el equilibrio de la psique. Incluso diría que es ley de vida aprender a llevarnos bien con las dos y nunca funcionar única y exclusivamente desde el puro DEBO o desde el puro DESEO.

La clave, por tanto, está en tenerlas alineadas, para que sean coherentes y lógicas, no como creo que paso en el Covid-19.

¿Cómo explicarías todo lo que sucedio en la pandemia? Yo defiendo que, al principio, tanto el DESEO como el DEBO estaban unidos: “DESEO no enfermar, no contagiar”, por lo tanto, “DEBO cuidarme, DEBO usar la mascarilla, DEBO respetar las distancias”. Pero, a medida que pasaba el tiempo, diría que se han ido desalineando: el DEBO, sigue siendo el mismo (el de cuidarnos, protegernos, usar la mascarilla y lavarnos las manos), mientras que el DESEO ha ido cogiendo otro rumbo. Ahora ya “DESEO la cena con mis amigos, DESEO mis viajes, DESEO mis vacaciones, DESEO reencontrarme con mi gente”. Es ahí donde entramos en conflicto tanto individual como colectivamente.

Y todo esto, ¿cómo es durante nuestras vidas? El DESEO, nos facilita soñar, imaginar, ilusionar, y también, es una muestra de que uno mismo conoce lo que le gusta. Añadiría, además, que nacemos y transcurrimos los primeros meses en el puro DESEO: tengo hambre, lloro y me dan pecho; tengo frio, lloro y me ponen la manta; me asusto o tengo miedo, lloro y me cogen en brazos… Encima, lo conseguimos de una manera inmediata, sin esperar ni tener que aprender a ser pacientes.

Vamos creciendo, y es el contexto el que nos va introduciendo el DEBO. Esos padres nerviosos porque su bebé DEBE de empezar a gatear o andar en un rango de edad, y al ver que no cumple con las estadísticas, le ponen varias veces al día en la alfombra a ver si esa vez se anima a moverse.

Luego llega esa época de la pregunta más repetida en un niño: ¿por qué? De alguna manera pide conocer qué se DEBE o no hacer. Aún está en esa época donde al encontrarse con otros niños desconocidos, en el parque, por ejemplo, se encapricha con el juguete del otro y se lo quita para quedárselo. La filosofía del “lo DESEO, lo busco”. Aún no sabe que eso no lo DEBE de hacer. Es ahí donde la figura adulta le explica qué es lo que ha hecho mal, que empatice con el otro y le pida perdón. Es entonces donde el individuo empieza a entender qué está bien o qué está mal, por lo tanto, qué se DEBE de hacer en la sociedad para funcionar de una manera correcta.

Y así en un montón de cosas en la infancia. Esa fase donde el DEBO empieza a tocar las narices al DESEO, donde aprendemos que no siempre se alcanza lo que uno DESEA en el momento que quiere y como quiere. Donde empezamos a practicar y a desarrollar el autocontrol, la empatía, la autorregulación, la asertividad, la resiliencia...

Luego llega la adolescencia, ufff…esa otra fase vital repleta de DESEOS limitados por los DEBOS sociales y la de los adultos. Qué ganas de cumplir 18 y que te dejen en paz, ¿verdad?

Y a medida que nos hacemos mayores, tengo la sensación que empezamos a funcionar desde el puro DEBO: “lo que DEBO hacer, lo que DEBO ser”. Pero, ¿qué pasa con el DESEO con el que nacemos? ¿dónde queda preguntarnos qué DESEAMOS de todo eso que hacemos? ¿dónde dejamos el “me ilusiona”, “me apasiona”, “me gusta”?

En mi trabajo, el mundo del alto rendimiento, lo veo constantemente. Personas que ya sólo funcionan desde el DEBO y no recuerdan el DESEO por el que llegaron a sus empleos, o cuál era la fuente de disfrute que les aportaba. Al fin y al cabo, en el deporte, por ejemplo, el preparador de un deportista se convierte en el DEBO de esa persona. Le envía lo que DEBE entrenar. El nutricionista igual. Le envía lo que DEBE comer. El director o entrenador le plantea la táctica para saber qué DEBE de hacer. Asimismo, en la empresa, el jefe, dice lo que DEBES de hacer, para cuándo y cómo quiere que lo hagas. Pero, ¿qué pasa con el DESEO? Alguna vez alguien te ha preguntado ¿deseas competir en éste evento? ¿deseas entrenar de ésta manera? ¿de qué manera deseas que te hable? ¿de qué manera te ayuda que te de un feedback? o simplemente, ¿qué deseas?

DEBEMOS proteger nuestro DESEO. No olvidemos que es el que marca los objetivos, el que da sentido a lo que hacemos y el que nos da un propósito de vida. Sin embargo, es cierto que el contexto provoca muchas veces que algunos DESEOS, DEBEN ser reprimidos. En el deporte, por ejemplo, el deseo de comer un dulce, se reprime; el deseo de salir con los amigos, se reprime; el de salir de fiesta, se reprime; en el trabajo, el de faltar un lunes, se reprime; el de salir antes de trabajar, se reprime… ¿Qué pasa entonces? Pues que, aunque renunciemos, todo está de alguna forma en orden, ya que esas renuncias, están compensadas debido a que el DESEO grande, por decirlo de alguna manera, siempre es mayor que todos esos DEBOS pequeños. Por ejemplo, si deseas estar en los juegos olímpicos de Paris 2024, ya planificarás qué DEBES y qué NO DEBES de hacer para poder conseguirlo. Pero todos esos “no puedo, no debo” son digeridos por el gran DESEO de ser olímpico.

En resumen, nunca dejes que el DEBO gane al DESEO. DEBES hacer lo que DESEAS, y no DESEAR lo que DEBES hacer. De lo contrario, si funcionas según el DEBO, te vas a pasar horas buscando el DESEO, que como no sea innato, tendrá fecha de caducidad, como en la pandemia.